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¿Si no somos Uganda, entonces quiénes somos? La provocadora pregunta que ha dado rumbo y título a este trabajo, no es sino un intento de patentizar en el ámbito hispánico, como escribe Carlos Manuel Zapata Carrascal, “la necesidad de edificar y/o reafirmar de manera colectiva, ideas que nos permitan aceptarnos tal como hemos sido, somos y debemos ser” (ZAPATA CARRACAL, 2013: 222). Si bien el pensamiento decolonial latinoamericano nos ayuda a salir del laberinto incongruente de la identidad y de su correlato no menos desacertado, la diferencia, no lo hace metiéndonos en otro laberinto sino instándonos a recorrer a contrasentido y a contratiempo los corredores de la colonialidad en busca de esas distinciones y semejanzas que nos permitan reconstruir por analogía otros mundos más abiertos.
No faltarán quienes vean en este modo de proceder cierta falacia historicista tendiente a asumir que el azar de la historia haga las veces de la lógica. Quienes recurren habitualmente a la historia —y esto nos lo dicen los propios historiadores- “no suelen estar movidos por el mero espíritu científico” sino por el afán de “rentabilidad inmediata” (ÁLVAREZ, 2001: 24). Con todo, devolverle su color al blanco, re-incorporar la razón occidental subsumiéndola en un espacio de entendimiento genérico más amplio, resignificar lo ya significado desde parámetros plurales, no son intentos meramente semánticos o sociológicos de reapropiación axiológica sino que expresan la búsqueda necesaria de nuevos modelos epistemológicos capaces de enfrentar acertadamente la complejidad del mundo en que vivimos, modelos que superen las contradicciones, la incompatibilidades o las dicotomías. La negritud, como advertía Césaire, “es el simple reconocimiento de un hecho; no comporta ni racismo, ni negación de Europa, ni exclusividad (…) La negritud no tiene por qué ser superada: es una condición sine qua non de la autenticidad, de creación en cualquier terreno” (ZAPATA CARRACAL, 2013 : 223). Los ejemplos que hemos analizado, dentro y fuera de la esfera hispánica —lo cual expresa ya de por sí la transversalidad de los procesos—, permiten atisbar “el acervo de los africanos y afrodescendientes, en las distintas etapas de su ser o estar-en-el-mundo” (NKOGO ONDÓ, 2013: 233), su historicidad patente a pesar de la frecuente ignorancia o amnesia de los historiadores occidentales, sus reiteradas estrategias de resistencia y rehumanización, transferencia, reelaboración y perpetuación de creencias y saberes. Hemos ido siguiendo con ellos las pistas de “la geo‐ y corpo‐políticas del conocer” propuestas por Walter Mignolo como “opciones frente la hegemonía y la predominancia imperial de la teo‐ y ego‐políticas del conocimiento”. (MIGNOLO, 2010: 126)
La lectura decolonial de los procesos afrodiaspóricos no exige solamente que nos cambiemos las gafas para mirar el mundo con otras lentes menos opacas y que descartemos por caduco o falsificador el idealismo moderno occidental que encumbre tanto cuanto descubre y sobrevalora el cálculo y la lógica como modos de alcanzar conocimientos objetivos de la realidad, exige también que salgamos ahora del estrecho recinto de la academia y que nos expongamos nosotros mismos como videntes-visibles en ese diálogo siempre tan necesario como pendiente con la otredad. |